Morimos como vivimos
Morimos como vivimos, quizás unos de los tantos mantras que hemos aprendido a lo largo de este recorrido en los Cuidados Paliativos. Somos un equipo que ha rodado y, como los buenos vinos, mejoran con el paso de los años. A todas nos une algo más allá que la gestión de los casos y existe una complicidad tácita que no necesita demasiadas palabras para lograr nuestros objetivos.
Creo que el Guadalhorce nos atrapa y lleva a una España rural con la magia propia de cada uno de los pueblos que atravesamos. Es como si entrásemos en un camino infinito de curvas que van cortando la montaña con un inconfundible aroma a la tierra. Hasta allí llegamos todas y hacemos cuidados paliativos.
Hace poco llegó al equipo un matrimonio mayor de edad con dos hijos adultos, uno de ellos casado, con un hijo. La esposa, nuestra interlocutora, nos pidió ayuda para dar respuesta a su suegra que tenía muchas necesidades. Su nuera sabía que Cudeca llegaba lejos y quería que su suegra muriera tranquila en su casa donde siempre había estado junto a los suyos. Aunque estuvieran lejos, no quería perder este apoyo por las buenas referencias que tenia de nuestra Fundación.
Entre llamada y llamada fuimos poco a poco armando un mapa familiar que nos ayudó a entender lo que en realidad pasaba. Algunas conversaciones entre nosotras con ruido a motor que no fallan, fuimos compartiendo información y planteándonos objetivos de trabajo.
Una visita del equipo fue clave para empezar a atender a María, ajustar tratamiento y procurar darle la mejor asistencia posible. A pesar de que rechazó la atención social, descubrimos los motivos y la resistencia de ella. Aunque no fue un obstáculo para seguir trabajando con la familia que sí demandaba este apoyo.
Nuestra paciente, María, que hace tiempo residía lejos del pueblo y de las miradas de la gente y no por casualidad. En su vivienda mantenía un síndrome de Diógenes y una tendencia a la acumulación que había sido imposible trabajar pese a las intervenciones de otros profesionales. La familia comprendía su enfermedad, hacía lo imposible para acompañarla desde el afecto y la compresión. Con el paso del tiempo, pese a la tristeza de su entorno familiar, nuestra paciente se fue aislando de la comunidad.
En la primera entrevista el equipo identificó que el deseo de ella era el de morir en su casa. Sí, en ese entorno poco amable con sus cosas acumuladas y rodeada de su familia. La paciente no quería ir a un hospital, le daba angustia la espera, los traslados etc. Todo eso era tan desconocido para ella como hostil. Las vivencias anteriores de María eran percibidas como una amenaza, por ello, no quería irse de su casa. Aunque al equipo le costara entenderlo, acompañó hasta el final respetando sus deseos. Alivió el sufrimiento de todos los miembros y, sin querer, aportó sentido a la existencia de María.
Ya en situación de últimos días, el equipo realiza algunas intervenciones que posibilitan el buen control de síntomas, garantizamos el confort de la paciente, la agrupación familiar, la despedida y el entierro.
Previo a fallecer, el equipo está allí, María no quería que se fueran, agradece enormemente el trabajo realizado. Simple, con pocas palabras, habla abiertamente con su equipo. Este acoge su sufrimiento y la ayuda a transitar el final con el apoyo de la familia.
La paciente fallece bien, serena.
Ya de regreso con alegría, con la sensación de haber realizado un buen trabajo, entre nosotras: una rotante de testigo y el ruido del motor, hablamos sobre el trabajo compasivo.
Sobre las elecciones de nuestros pacientes que ponen en jaque nuestros impulsos humanos.
Esto de acoger las decisiones y lo que implica morir bien.
Terminamos teniendo el mantra presente: Morimos como hemos vivido.
Por Dr. Rafael Gómez, Responsable Asistencial.