Luis Domínguez, «si nuestro coche hablara» o relato sentido de un enfermero en Cudeca
Me llamo José Luís Domínguez, Luís para pacientes, familiares y compañeros, y soy enfermero.
Aterricé en el seno de la familia CUDECA un cálido mes de julio para formar parte del primer equipo de enfermería que inició su andadura en la actual Unidad de Hospitalización. Cuando la Unidad cumple años, los compañeros que aún quedamos de aquella “hornada” (Benito, Alicia, Juan, Rocío y el que les habla) cumplimos años también. Este año cumpliremos 16 años en CUDECA. En 2006 pasé a formar parte de los equipos de atención domiciliaria para asistir a los pacientes y sus familias en el hogar, donde continúo hasta la fecha.
Después de haber estado asistiendo a pacientes y familias en prácticamente todas las zonas de la provincia, actualmente atiendo junto con mi compañera Maribel Carrasco, médico del equipo, la zona que comprende Benalmádena, Fuengirola y Mijas Pueblo; juntos recorremos la zona con nuestra “oficina portátil” tratando de llevar a pacientes y familias, los mejores cuidados posibles en sus casas.
Si nuestro coche hablara, seguro que podría dar testimonio de todo lo vivido durante todos estos años; porque el coche ha sido y es oficina improvisada, pero también es jardín sembrado de lágrimas o de girasoles o de luz según demande la cosecha, mudo testigo de esperanzas y de vidas cerradas con armonía, lugar de meditación y recogimiento, aula de formación improvisada con estudiantes de diferentes disciplinas y compañeros en rotación, confesionario acogiendo confesiones inconfesables, sobre la vida, sobre la muerte, sobre la esperanza…sobre todo, sobre la esperanza… porque nos rebelamos contra el “no hay nada que hacer”… porque siempre hay algo que se puede hacer… porque, a veces, sólo basta con “estar” para que las cosas vuelvan a fluir. Todo irá bien…
Decir que nuestro trabajo nos hace sentir bien, que nos hace sentirnos mejores personas, puede sonar a manido, pero la verdad “solo tiene una verea”, que dirían en algunos de los rincones que visitamos con frecuencia. La sensación de ser de utilidad en un momento tan importante y tan transcendental en la vida de una persona y de sus familias no tiene precio; el sentirte sostén, apoyo, o simplemente compañero de un largo camino por recorrer es, igualmente, algo impagable, un premio que no buscamos pero que recibimos con profundo agradecimiento.
Todos los que formamos parte de los equipos de atención domiciliaria guardamos en un rinconcito, en aquel donde habitan nuestros más preciados tesoros vivenciales, recuerdos de todo tipo con pacientes y familias: emotivos, tristes, alegres, e incluso cómicos. Situaciones como la vivida con un paciente al que llevamos tiempo asistiendo en casa. Nos suele recibir con su esposa y su hija. Las visitas son a veces interminables, porque nos suele contar muchas historias sobre cuando era niño. Es divertido y locuaz. A veces me llama Mahoma y nos reímos. Tiene su explicación: en nuestra primera visita era un poco reacio a ser atendido por nosotros y llegué a decirle: “si no nos llamas llamaremos nosotros, que si Mahoma no va a la montaña…”. Historias que te enseñan, te curten y daría para muchas páginas y muchas horas, porque son recuerdos que han ido poco a poco cincelando nuestra alma y se han ido quedando incrustados en ella.
Pregúntale a nuestro coche. Quizás él pueda contarte más historias.